La tierra alimenta en parte por sí sola — especialmente una mezcla fresca para cannabis. Por eso la clave no es “cuánta botella echar”, sino cuándo añadir algo en absoluto. Un buen plan es sencillo: ritmo de riego, pH correcto y aumentos de dosis muy prudentes.
Plántula y semana 1: menos es más
En una tierra fresca y ligeramente abonada, una planta joven no necesita más que agua limpia a pH 6,3–6,6. Riega en pequeñas porciones formando un anillo alrededor del tallo para que el resto de la maceta quede solo húmedo. Si la maceta es grande, mantén el método de los anillos para no convertirla en un pantano.
Semanas 2–3: el primer bocado
Cuando la planta tiene 3–4 pares de hojas y claramente “ha arrancado”, es momento de media dosis de fertilizante de crecimiento — una vez cada tres riegos. Ejemplo: agua → agua → agua con ½ dosis. Si el color es profundo y las puntas están limpias, no te apresures.
Semanas 4–6 (vegetativo): construye masa, no sales la tierra
A estas alturas la planta es un pequeño arbusto. El ritmo de riego suele ser cada 2–3 días, cada vez lento y hasta un ligero escurrido. Fertilización: sigue cada tercer riego, como mucho ¾ de la dosis de etiqueta si ves que “come” con ganas. Si las hojas se ponen verde muy oscuro, vuelve a media dosis. Mantén pH estable — eso rinde más que apilar “milagros”.
Transición a floración: sin shock
Al cambiar el fotoperiodo, no saltes directamente a la dosis completa de “bloom”. Empieza con ½ dosis, observa los puntos de floración y el nuevo crecimiento, y sube a ¾ solo si la planta lo pide. La tierra almacena lo que das — mejor un poco menos y más a menudo que “un golpe grande” y luego una semana corrigiendo.
Floración (semanas 1–6): ritmo limpio
El patrón más simple funciona mejor: agua → agua → agua con fertilizante de floración. Con luces potentes y plantas grandes, el ritmo puede pasar a agua → fertilizante → agua — pero lee las hojas. Puntas que se amarronan = ya alcanzaste “suficiente”. Evita mezclar cinco aditivos a la vez; en tierra, menos es realmente más.
Final (últimas 1–2 semanas): aterrizaje suave
Al final, muchos cultivadores bajan dosis o incluso pasan a agua sola. No es dogma, pero si la tierra ha sido alimentada generosamente, un riego más ligero ayuda a que la planta termine tranquila. Sigue cuidando pH y temperatura del agua — una ducha helada al final es camino directo al estrés.
Cuánta agua “por maceta” — y cómo no pasarse
En vegetativo, una maceta de 10 L suele beber 1,2–1,6 L por riego completo; en floración 1,3–1,8 L. Lo más importante es regar despacio, en círculos con pausas, hasta que aparezca un poco de agua en el plato. Déjala unos minutos, tira el exceso y deja respirar la tierra. El peso de la maceta será tu metrónomo — cuando esté claramente más ligera, llega el siguiente “compás”.
Errores que frenan la cosecha
Los tres que más veo: exceso de riego por “cuidado”, subir dosis “porque está en floración” y no gestionar el pH. Si mantienes el ritmo cada 2–3 días, sostienes 6,3–6,8 de pH y no persigues “milagros” por cada manchita en una hoja, llegarás antes a la cosecha, con tallos más gruesos y un color más sano.